1. Introducción
Uno de los grupos arqueológicos más importantes de la Edad del Bronce en el Mediterráneo occidental es, sin duda, El Argar (Lull, 1983; Lull et al., 2013; Kristiansen & Larsson, 2005; Aranda, Montón & Sánchez Romero, 2015). Este reconocimiento se argumenta por la magnitud y el desarrollo urbanístico de algunos de sus asentamientos, la destacada inversión efectuada en infraestructuras defensivas e hidráulicas y, ya desde los inicios de la investigación, por la calidad y variedad de los ajuares funerarios (Siret & Siret, 1890). Ahora bien, a menudo olvidamos que la posibilidad de que se pudieran gestar dichos «logros» se debería, fundamentalmente, al control de la capacidad productiva y económica de dicha sociedad por parte de un sector de la población. Un desarrollo social políticamente dirigido que, como en el resto del ámbito del Mediterráneo, necesariamente estuvo sustentado en la agricultura y la ganadería como prácticas auspiciadoras.
Siendo conscientes de que el campesinado fue la base motriz de dicho proceso, con el presente trabajo, desde una posición falibilista y bajo los principios teóricos de la arqueología social (Bate, 1998), pretendemos ahondar en el modo de vida (Vargas, 1985) y la racionalidad económica de los grupos humanos que habitaron en el extremo septentrional de El Argar a partir del análisis del registro arqueológico disponible. Las excavaciones arqueológicas efectuadas en distintos asentamientos han permitido contar con una información secuencial, contextual y analítica, en cuanto a estudios paleoeconómicos y paleoambientales, que posibilitan evaluar y determinar qué bienes fueron obtenidos directamente por los grupos domésticos de su medio natural y transformado, y cuáles lo fueron a través del intercambio en el medio social, lo que nos acercará a concretar el grado de desarrollo socioeconómico alcanzado.
2. fundamentos teóricos
En el estado actual de la investigación, podemos afirmar que el trabajo de los grupos humanos agropecuarios, conocidos como campesinado (Marx, 1972; Engels, 1886; Díaz Polanco, 1977; Toledo, 1981, 1993, entre otros), fue la base que sustentó el desarrollo social en las sociedades mediterráneas durante la Prehistoria reciente. Por esta razón, es conveniente definir qué entendemos por modo de vida (Vargas, 1985; Bate, 1998). La categoría de modo de vida es entendida por la arqueología social como una dimensión esencial de toda sociedad concreta, junto a la cultura y la formación social. Se refiere a los procesos particulares de las condiciones técnicas y sociales de la producción de cada formación social; para ello es necesario conocer los recursos naturales y las características de los ecosistemas donde se desarrolla toda sociedad concreta, siendo definida la relación necesaria existente entre la sociedad y la naturaleza como metabolismo social (Marx, 1972; González de Molina & Toledo, 2011; González de Molina & Toledo, 2011, 2014).
FIGURA 1
Esquema teórico del funcionamiento de las unidades de asentamiento (A) en su espacio social, indicando las tres esferas de acción: medio natural (MN), medio transformado (MT) y medio social (MS)
Fuente: elaboración propia.
De este modo, para definir un modo de vida concreto, es necesario conocer la totalidad del sistema productivo integrado por los medios de producción, procesos laborales, productos y formas de consumo, así como los elementos de la conciencia social generada en la misma entidad (Vargas, 1990: 64). Así, el modo de vida campesino es una forma particular y específica de producir y reproducirse que requiere ser analizada en relación con el grado de desarrollo social históricamente determinado (Bate, 1998: 66). En el caso concreto de El Argar, donde se ha constatado el dominio del cultivo de cereales (Buxó, 1997; Rovira, 2007), el medio de trabajo esencial fue, sin duda, la tierra (Marx & Hobsbawn, 1975). Dado que la tierra susceptible de convertirse en medio de producción se encuentra ampliamente repartida, los grupos humanos se organizaron en unidades o células de producción dispersas ligadas a ella. Cada unidad productiva campesina mantendría una relación directa y específica con tres medios o espacios de interacción. En primer lugar, con el medio natural (Toledo 1981: 130) (MN a partir de ahora), concebido como el ecosistema natural no transformado situado en las proximidades de los lugares de asentamiento (bosques, estepas, ríos, afloramientos rocosos, etc.); el medio transformado (MT), integrado por campos de cultivo, pastizales, espacios de hábitat, minas, canteras, etc.; y el medio o entorno social (MS), referido a otras unidades humanas de producción próximas (Ibíd.: 130), con las que mantendrían lazos productivos y reproductivos (Fig. 1).
A través de la inversión de trabajo en el MN y el MT, cada unidad campesina obtendría una serie de materias primas –sin transformar– o elaboraría productos que podrían ser empleados en su propio consumo o ser transferidos al MS a través de diversos mecanismos, básicamente relaciones socialmente establecidas (relaciones afectivas, reciprocidad, intercambio directo simétrico, intercambios diferidos, etc.). De igual modo, como proceso social instituido, llegarían a cada unidad de producción campesina diversos productos que serían requeridos para la sostenibilidad y reproducción del grupo. A fin de cuentas, este intercambio económico surgiría con el fin de satisfacer necesidades que no podrían ser cubiertas por la interacción directa de cada grupo con su ecosistema. De este modo, una parte de lo producido sería excluido del autoconsumo de cada unidad para ser transferido al MS, y una parte del consumo comenzaría a depender del intercambio económico (Toledo, 1981: 141). La recurrencia de este proceso social produciría la escisión entre el valor de uso y el valor de cambio (Marx, 1972). Para que las relaciones fuesen socialmente equitativas, sería necesario que la parte de la producción transferida tuviese su contrapartida a través de la obtención de bienes valorados socialmente que permitiesen cubrir las necesidades adquiridas, revirtiendo en el grupo que los generó. Pero, dado que el valor de cambio presupone la existencia de mercancías y, en última instancia, de propiedad privada, cuestión difícilmente comprobable en las sociedades en estudio, creemos viable utilizar el concepto de valor de producción (Risch, 2002: 29). Se trata del valor que adquiere cualquier objeto a través de su elaboración en relación con la fuerza de trabajo requerida, además del objeto de trabajo y de los medios de trabajo disponibles. Puede ser determinado a partir de diversas variables que influyen en el tiempo invertido y la energía necesaria en su producción. Entre otras variables, deben ser consideradas las propiedades de la materia prima, la distancia e inversión efectuada en su transporte, el grado de intensidad en su trabajo o la eficacia de los medios de trabajo. De este modo, la magnitud del valor social de los productos se establece de la relación entre el valor de uso y el valor de producción, dependiendo la reducción del valor de este último del aumento de la productividad de sus procesos de manufactura y circulación (Ibíd.: 30).
Bajo estas condiciones, el sistema productivo campesino se ha caracterizado básicamente por:
a) La agricultura depende de la energía muscular humana, complementada con la energía animal, así como del empleo de materias de origen vegetal, mineral y animal. En el cultivo de cereales son las estaciones del año y el ciclo de reproducción de las plantas las que condicionan las prácticas y los procesos laborales que realizar de forma organizada (Díaz Polanco, 1977). Se requiere de inversiones intensivas de energía, pero en superficies relativamente pequeñas, por lo que un grupo humano reducido organizaría mejor su gestión que un grupo amplio y numeroso (Guha & Gadgil, 1993: 73-75). Este es uno de los motivos por los que, tradicionalmente, la unidad básica de organización en el modo de vida campesino de base cerealista ha sido el grupo doméstico basado en la consanguinidad, aunque pueden existir otros lazos que faciliten la integración o participación (Meillassoux, 1993). Cada grupo es el productor directo y no se trabaja para otro grupo doméstico (Díaz Polanco, 1977: 88), aunque la reciprocidad entre ellos es el mecanismo más importante para sobreponerse ante adversidades.
b) Al igual que la tierra útil para ser explotada está de forma natural diseminada, los grupos campesinos con sus instrumentos y medios de producción también lo están, al vincularse directamente con ésta. La tierra debe estar delimitada o parcelada, lo que no facilita la concentración poblacional ni la introducción de mejoras tecnológicas en la organización del trabajo. El nivel de las fuerzas de trabajo con el que se desarrolla la actividad en cada grupo doméstico es bajo, aunque suficiente dentro de las condiciones en las que se produce.
c) La racionalidad de la economía campesina estaría regida por la necesidad de asegurar la reproducción de los grupos domésticos, intentando evitar el agotamiento de los medios naturales y transformados, así como la especialización de los espacios naturales y de sus actividades productivas (Toledo, 1993: 209-210). Se adoptan así estrategias que maximicen la variedad de recursos para proveer las necesidades a lo largo de todo el año a través de la gestión de espacios heterogéneos y el aprovechamiento de su diversidad biológica. Es lo que Toledo y otros (1976: 33-39) definieron como la estrategia multiuso, claramente orientada a la consecución de la autosubsistencia, que no la autarquía (Meillassoux, 1993: 60). Esta aptitud y orientación económica no excluye la existencia de especialistas en determinados procesos de trabajo o práctica de técnicas (metalurgia, tejeduría o eboraria, por ejemplo), ya que su ejecución no supone el menoscabo de las actividades agrícolas.
d) Cada grupo destinaría buena parte de lo producido al consumo individual y social, y prevería la reserva de otra parte para la siguiente producción de cosechas o instrumentos. Ahora bien, con independencia de ello, todo grupo doméstico puede con su trabajo, principalmente con el plustrabajo efectuado durante los periodos improductivos o de menor actividad agrícola (Meillassoux, 1993), producir un conjunto de bienes sobrantes que pueden ser transferidos a la sociedad con el propósito de cubrir las necesidades sociales adquiridas para su reproducción.
Esta última cuestión es capital, ya que, en cualquier análisis histórico, consideramos que es fundamental determinar la capacidad que tuvieron los productores directos –el campesinado– de disponer libremente o no de su plustrabajo o de los bienes resultantes y sobrantes de su trabajo, para su transferencia a la sociedad. Si contaban con dicha capacidad, estamos ante lo que denominamos como plusproducto, mientras que, si dicha capacidad les ha sido enajenada por un grupo social dominante y esa parte de la producción no revierte en forma alguna al grupo que lo ha generado, entonces se trataría de excedentes (Bate, 1998; Risch, 2002: 26). Esta diferencia es el rasgo esencial que permite considerar si estamos refiriéndonos a grupos campesinos de una formación social tribal (Vargas, 1990; Sarmiento, 1992), en el primer caso, o de distintas formaciones sociales clasistas (Bate, 1984, 1998), con diferentes formas de extracción del excedente a los grupos campesinos, en el segundo. Mientras en el primero no hay intención de enriquecerse, sino de cubrir las necesidades que no se pueden satisfacer con lo obtenido de su MN o MT, además de fortalecer la reciprocidad o los vínculos afectivos, políticos y de reproducción biológica con otras células productivas o comunidades (Meillassoux, 1993: 14), en las formaciones clasistas iniciales el objetivo de los grupos dominantes fue el de apropiarse, en primera instancia, del plusproducto, pero también de la fuerza de trabajo o de los medios de trabajo de los grupos campesinos, con el objetivo de acumular riqueza y asegurar su privilegiada posición social. El excedente aparece cuando la apropiación del resultado material del trabajo es restringida socialmente, y del grado de asimetría entre la producción social y el consumo individual dependerá el nivel de explotación económica y de desigualdad social (Risch, 2002: 27).
Para afianzar el mantenimiento del proceso social de extracción del excedente a los grupos campesinos, sería necesario conseguir su dependencia económica del MS, es decir, que el consumo de los bienes básicos en la producción y reproducción obtenidos a través del MS se fuese incrementando. Esta dependencia se alcanzaría aumentando y desarrollando las condiciones materiales necesarias para la participación en la vida social (mejores instrumentos, nuevos bienes de considerable valor social e identificación grupal, etc.), además de disuadiendo a los grupos campesinos de recurrir continuamente al intercambio económico.
Así, concretar qué materias primas y bienes fueron obtenidos a través del MS y en qué cantidad constituye un indicador válido para determinar el grado de desarrollo económico, pero también de su dependencia. Utilizar este indicador como forma de concretar el modo de vida e inferir la capacidad y formas de extracción del excedente en cada sociedad concreta clasista y momento histórico, se constituye en una vía de análisis poco explorada hasta el momento en los estudios arqueológicos. En este trabajo se dan los primeros pasos en la propuesta expuesta, empleando como caso de estudio las comunidades agropecuarias de la Edad del Bronce de la zona más septentrional de la cultura de El Argar.
3. la geografía argárica del extremo oriental de la fosa Intrabética
El área de estudio se enmarca en el extremo más septentrional del sureste de la península Ibérica, exactamente en las zonas de contacto entre los dominios Subbético y Prebético meridional valenciano, en la actual área litoral del sur de la provincia de Alicante (Matarredona, Marco & Prieto, 2006). Se encuentra delimitada al sur por el asomo de destacados vestigios del dominio interno en las sierras de Callosa y Orihuela, aisladas en una gran fosa tectónica; y al este, por un conjunto de sierras (Abanilla, Crevillente, Tabayá, etc.) de edad jurásica que, en sentido suroeste-noreste, cerrarían dicho espacio.
El territorio delimitado por esta serie de elevaciones que delimitan la cuenca del Bajo Segura constituye la depresión septentrional de la fosa tectónica Intrabética, constituida por las vegas de Orihuela, Dolores y Elche. Esta gran área queda enmarcada, principalmente, por materiales neógenos y pliocuaternarios. Rebordes sobreelevados que contactan, de forma compleja, sobre el Cuaternario más reciente que predomina en el amplio espacio hundido de la fosa propiamente dicha. Aunque el régimen de precipitaciones es escaso (sobre los 300 mm anuales), existen amplias extensiones de tierras de considerable potencia edáfica, llanas y de escasa pendiente, situadas a ambos lados del curso del río Segura, al sur de las sierras de Orihuela y Callosa, pero también al sur de la ciudad de Elche y en otros puntos, susceptibles de uso agrícola. De hecho, los cultivos tradicionales de la zona han sido principalmente los cereales y, en menor medida, legumbres y hortalizas, además de determinadas especies, como el lino y el cáñamo en la Vega Baja, favorecidos por las amplias zonas encharcadas.
FIGURA 2
Mapa de la zona en estudio indicando los recursos litológicos más destacados y los principales yacimientos arqueológicos citados en el texto
Fuente: elaboración propia.
Con respecto a la distribución de los recursos litológicos, cabe indicar el contraste existente entre las zonas montañosas, en especial el arco montañoso de las sierras de Abanilla-Crevillente, y los depósitos aluviales y abanicos o mantos de arroyada de su vertiente oriental. El resultado es un paisaje ciertamente agreste, surcado por una enorme cantidad de ramblas, que vienen a desaguar todas ellas a los ríos y a la laguna del Hondo de Elche-Crevillente. Ello significa que, aunque los recursos líticos se encuentran muy localizados en las bandas y elevaciones montañosas, existen depósitos derivados de difícil cuantificación y cartografiado a lo largo de los cursos de las numerosas ramblas que horadan el territorio (Jover Maestre, 2014). A grandes rasgos, se puede señalar que además de arcillas y limos cuaternarios, se advierte el dominio de las rocas calizas y areniscas, junto a cuarcitas, sílex, yesos y arcillas triásicas, así como en asomos muy localizados del dominio Bético y Subbético también están presentes las calizas metamorfoseadas, pizarras, esquistos y rocas ígneas. Los únicos afloramientos de sulfuros de cobre y oro de toda la zona se localizan en la sierra de Orihuela (la Mola, el Oriolet, etc.), aunque el principal filón cúprico se encuentra al sureste de la sierra, ya en Santomera (Murcia), en el denominado Cerro de la Mina, que coincide con el asentamiento argárico homónimo (Simón, 1998: 217; Brandherm et al., 2014) (Fig. 2).
En este espacio, de unos 1.050 km2, las prospecciones efectuadas han detectado un conjunto de 28 yacimientos adscritos a la Edad del Bronce (Martínez Monleón, 2014), ampliamente distribuidos sobre cerros o estribaciones montañosas. Al sur destacan los grandes asentamientos ubicados en las sierras de Orihuela (San Antón) y Callosa de Segura (Laderas del Castillo), a la vez que otros de menor tamaño ocupan las elevaciones que controlan los pasos montañosos que bordean todo el espacio litoral y un buen número se distribuyen diseminados en cerros cercanos a buenas tierras de uso agrícola.
4. sobre el patrón de asentamiento en el extremo septentrional de El Argar
Uno de los aspectos más conocidos de El Argar es el reconocimiento de un patrón de asentamiento bastante bien caracterizado desde hace años (Lull, 1983; Gilman & Thornes, 1985; Ayala, 1991; Martín et al., 1999, entre otros). En su gran mayoría fueron elegidas las cimas y laderas de cerros o estribaciones montañosas cercanas a cursos de agua y a tierras de uso agrícola. No obstante, no faltan tampoco los núcleos ubicados en tierras llanas, ni los encumbrados en zonas montañosas alejadas de los recursos básicos mencionados.
En el caso concreto del tramo bajo de los ríos Segura y Vinalopó el patrón de asentamiento que se configuró entre finales del iii y la primera mitad del ii milenio cal. BC ha sido establecido en cuatro niveles (Martínez Monleón, 2014), algo que también parece advertirse en el área nuclear de la sociedad argárica (Arteaga, 2000; Ayala, 1991; Lull et al., 2010). Así, podemos diferenciar cuatro agrupaciones en función de su tamaño (Fig. 3):
1) Yacimientos con una extensión superficial en torno a 2 ha (San Antón y Laderas del Castillo), que debieron constituir los núcleos de mayor rango fundados c. 2200 cal. BC (López Padilla et al., 2017).
FIGURA 3
Mapa de la zona en estudio indicando los asentamientos argáricos en función de su extensión superficial
1. Illeta dels Banyets; 2. Tabayá; 3. Conjunto de la Serra del Búho (Serra del Búho I, Puntal del Búho; Serra del Búho III y Serra del Búho IV); 4. Caramoro I; 5. Barranco de los Arcos; 6. Pic de les Moreres; 7. Cabezo de Hurchillo; 8. El Morterico; 9. Cabezo del Molinico; 10. Cabezo Pardo; 11. Cabezo del Pallarés; 12. Grieta de los Palmitos; 13. Laderas del Castillo; 14. San Antón; 15. Cerro de la Mina; 16. Cabezo Soler; 17. Monte Calvario; 18. Cabezo del Muladar; 19. Cabezo de las Yeseras; 20. Cabezo del Mojón 21. Cabezo del Rosario; 22. Cabezo de la Mina; 23. Cuesta del Pelegrín; 24. Cabezo del Moro; 25. Arroyo Grande. Fuente: elaboración de Sergio Martínez Monleón.
2) Asentamientos entre 0,5 y 1 ha, situados sobre las principales vías de comunicación, tanto en las rutas con las sociedades colindantes como de conexión con el área argárica.
3) Yacimientos del tercer nivel, con un área habitada entre 0,1 y 0,3 ha, fundados en torno a 2000-1950 cal. BC y parecen perdurar hasta 1500 cal. BC.
4) Por último, un amplio grupo de enclaves con menos de 0,1 ha de extensión y, posiblemente, de corta duración.
A partir de 1550-1500 cal. BC, como parecen indicar las dataciones de Cabezo Pardo (Jover Maestre, López Padilla & García Donato, 2014) y de un buen número de núcleos argáricos, buena parte de los asentamientos fueron abandonados, lo que produjo movimientos poblacionales de reorganización territorial (Lull et al., 2013). La información de mayor calidad para el territorio aquí en estudio procede de las excavaciones efectuadas en Laderas del Castillo, Tabayá, Cabezo Pardo y Caramoro I.
De los yacimientos de mayor tamaño, Laderas del Castillo (López Padilla et al., 2017, 2018) se ubica en la vertiente sureste de la sierra de Callosa de Segura, justo en las laderas de las Camineras, San Bruno y San Juan, además de las zonas llanas colindantes (Fig. 4A). La excavación de una superficie de unos 400 m2 ha permitido documentar grandes muros de aterrazamiento sobre los que se edificaron diferentes viviendas superpuestas entre el 2200 y 1600 cal. BC.
Con relación a los núcleos de segundo nivel, entre 0,5 y 1 ha, se cuenta con la información procedente de las actuaciones efectuadas en la Illeta dels Banyets (Soler, 2006), así como del Tabayá (Hernández Pérez & López Padilla, 2010; Hernández Pérez, López Padilla & Jover Maestre, 2019) (Fig. 4B). Tabayá ocupa el espolón rocoso más cercano al río Vinalopó de la sierra homónima, dominando su paso. Su disposición en la ladera septentrional evidencia su clara orientación visual hacia las tierras externas al espacio argárico. Las excavaciones efectuadas por M. S. Hernández Pérez entre 1986 y 1991 en la terraza inferior permitieron documentar una amplia secuencia ocupacional desde c. 2150 hasta el tránsito al i milenio cal. BC, con la superposición de edificios de tendencia rectangular con distintas áreas de actividad (un posible telar, concentraciones de molinos, etc.) (Hernández Pérez & López Padilla, 2010; Hernández Pérez, López Padilla & Jover Maestre, 2019).
Por lo que respecta a los asentamientos del tercer nivel, entre 0,1 y 0,3 ha, entre 2006 y 2012 se cuenta con la información de Cabezo Pardo (López Padilla, 2014) (Fig. 4C). Situado sobre un cerro al noroeste de la sierra de Callosa de Segura, se han podido diferenciar tres momentos de ocupación entre 1950 y 1550 cal. BC. Para la fase más antigua solamente se han podido documentar los restos de una vivienda de tendencia oval, mientras que, para los momentos centrales, se constata una importante remodelación con diversas viviendas adosadas de tendencia rectangular dispuestas a un lado de una calle, y se documenta también un edificio de mayores dimensiones al otro lado.
Por último, de los yacimientos de menor tamaño, Caramoro I (Jover Maestre et al., 2019; Pastor Quiles et al., 2018) es un pequeño núcleo localizado en un espolón rocoso dispuesto en voladizo en la margen izquierda del río Vinalopó (Fig. 4D). Se caracteriza por un pequeño espacio habitable, ampliamente defendido, en el que se disponían una vivienda de tendencia rectangular de mayores dimensiones, a partir de la cual se articuló la construcción de diversos muros medianeros que separaban diversas estancias. La fundación de este núcleo se remonta al 2000-1950 cal. BC, mientras que su abandono no se prolongó más allá del 1750 cal. BC.
FIGURA 4
Fotografías de los cuatro yacimientos estudiados
A. Laderas del Castillo visto desde la cima de la sierra. Abajo, la población de Callosa de Segura (Alicante); B. Tabayá (Aspe), visto desde el río Vinalopó; C. Cabezo Pardo (San Isidro); D. Caramoro I (Elche), visto desde el río Vinalopó.
Fuente: elaboración propia.
De estos asentamientos han sido realizados estudios arqueozoológicos, paleobotánicos y arqueométricos, buena parte de los cuales, con la excepción de Cabezo Pardo (López Padilla, 2014), permanecen inéditos.
5. LA MATERIALIDAD EN EL EXTREMO SEPTENTRIONAL DE EL ARGAR: SOBRE EL MEDIO DE PRODECENCIA
En el proceso de excavación arqueológica de los asentamientos argáricos citados (Laderas, Tabayá, Cabezo Pardo, Caramoro I) han sido documentados e identificados una amplia y variada gama de recursos de muy diversa naturaleza, muchos de ellos caracterizados arqueométricamente. En la Tabla 1 han sido agrupados, en relación con el probable espacio o medio de procedencia, el conjunto de recursos y actividades integradas en el ciclo de producción-consumo. Y decimos probable, a modo de hipótesis, porque no se puede descartar que el medio de procedencia (MN, MT o MS) (Fig. 5) fuese otro que el sugerido, en especial en el caso del MS.
Atendiendo a las condiciones materiales adquiridas por aquellos grupos han sido considerados cinco grandes ámbitos dentro del ciclo producción-consumo desarrollado por cualquier grupo humano: la construcción de los espacios de residencia, la alimentación como consumo básico necesario para la sostenibilidad de los grupos domésticos, la vestimenta e indumentaria personal como consumo básico y de reproducción social, los instrumentos de trabajo fundamentales en la esfera de la producción y objetos relacionados con las creencias, y la socialización o aspectos lúdico-festivos, vinculados con la esfera del consumo reproductivo de carácter social.
5.1. Las evidencias de la construcción de los espacios de residencia
Con independencia del tamaño de los asentamientos excavados que son aquí objeto de estudio, se advierte una importante inversión laboral en la construcción de los espacios de residencia y actividad. Incluso en Caramoro I, el de menor tamaño, fue construido un gran muro de cierre, reforzado con un antemural y un bastión. En el caso de Tabayá o de Cabezo Pardo, el hecho de que la superficie excavada haya sido mucho más limitada impide determinar si también fue así, aunque las viviendas guardan un patrón similar. Por su parte, en Laderas del Castillo, la fuerte pendiente de la ladera y el continuo riesgo de fuertes escorrentías obligaron a la construcción de grandes plataformas de aterrazamiento sobre las que edificar las viviendas.
Los materiales de construcción empleados se obtendrían del entorno inmediato. En Caramoro I se han podido diferenciar tres tipos de rocas utilizadas como mampuestos: calizas biclásticas arenosas, areniscas y conglomerados, todas ellas existentes en el propio espolón rocoso, al igual que las margas arenosas de tonos amarillentos y verdosos de la base (Fig. 6). Lo mismo podemos señalar para Cabezo Pardo, donde los bloques proceden de la misma cresta rocosa del cerro o, en el caso de las arcillas, de la base (Martínez Mira et al., 2014). En Laderas del Castillo, fueron los mismos depósitos sedimentarios con grandes bloques calizos, generados por el arrastre de los derrubios de los abanicos aluviales, los empleados.
FIGURA 5
Diagrama de flujo en el que se especifican recursos, productos y actividades vinculadas a sus diferentes esferas de acción o medios de procedencia en un asentamiento modelo (A)
Fuente: elaboración propia.
Por su parte, la tierra también fue muy importante en las labores constructivas, utilizando técnicas como el bajareque (Pastor Quiles, 2014; 2017) o el amasado de barro en forma de bolas o bloques (Pastor Quiles et al., 2018). Los análisis muestran que procedería del entorno natural circundante. Los resultados obtenidos mediante difracción de rayos X y espectroscopía infrarroja de Cabezo Pardo así lo atestiguan, avalado asimismo por la presencia de ejemplares de malacofauna local integrados en el mortero de barro (Martínez Mira et al., 2014: 348, 373). De igual modo, han sido identificadas prácticas de reutilización de materiales térreos en las actividades constructivas, indicadas por la presencia de desechos antrópicos en los morteros de barro (cerámica, fauna, cenizas), pero también restos constructivos de barro reintegrados en nuevas mezclas constructivas (López Padilla, 2014: 123; Martínez Mira et al., 2014; Pastor Quiles et al., 2018).
Otro aspecto destacado es la documentación de revestimientos en los que se habría empleado cal. Los análisis microscópicos efectuados en morteros del edificio L de Cabezo Pardo (Martínez Mira et al., 2014; Jover Maestre et al., 2016) han apuntado su fabricación y aplicación. Su presencia también ha sido señalada en otros asentamientos argáricos, como Rincón de Almendricos (Ayala, Ribera & Obón de Castro, 1989: 282) o La Bastida (Lull et al., 2015: 76). La fabricación de esta sustancia pirotecnológica requeriría de una serie de conocimientos técnicos y una importante inversión laboral que, no obstante, pudieron haberse desempeñado por cada grupo doméstico empleando calizas locales.
De igual modo, los estudios antracológicos muestran la selección de especies existentes en el entorno de los asentamientos (pino carrasco, olivo, tamarisco, lentisco, Quercus, etc.) para la configuración del entramado del alzado y la techumbre de las viviendas (Carrión, 2014). A ello se suma el estudio macroscópico de los restos constructivos de barro que ha permitido identificar el empleo de carrizo (Phragmites australis) y cañas (Arundo donax), además de madera, bellotas y de estabilizantes vegetales (Pastor Quiles, 2014; 2017). Estas especies vegetales y lígneas utilizadas en la construcción serían obtenidas del MN y MT. Fueron estas mismas especies las que también fueron seleccionadas para la elaboración de algunos instrumentos, para la calefacción e iluminación de las estancias y el cocinado de alimentos. El estudio de los restos conservados en hogares así lo atestigua.
FIGURA 6
Vista de la secuencia geológica del espolón donde se ubica Caramoro I, en el que se puede apreciar la presencia de los materiales empleados en la construcción del asentamiento
Fuente: elaboración propia.
También conviene hacer una especial mención al esparto. Las fibras de esta planta jugaron un papel fundamental en la construcción, cordelería, iluminación, calzado e indumentaria o cestería, como lo han hecho hasta la plena industrialización. Aun cuando las evidencias directas de esparto en estos cuatro yacimientos han sido muy limitadas, el estudio de los fragmentos constructivos de barro ha detectado su empleo en cordajes destinados a la construcción en Caramoro I (Fig. 7) y Laderas del Castillo. En otros asentamientos próximos como Terlinques (Fig. 7) o Cabezo Redondo (Jover Maestre & López Padilla, 2013) han sido documentados un buen número de evidencias que permiten valorar su recurrente y diverso uso, gracias a su abundancia en el sureste peninsular.
FIGURA 7
Fragmento de mortero de barro empleado en la construcción de la vivienda A en Caramoro I, en el que se pueden observar las improntas del carrizo y del cordaje de fibras vegetales
Fuente: elaboración propia.
5.2. La alimentación
Los estudios carpológicos efectuados en casi todos los yacimientos de la Edad del Bronce en el este y sureste de la península Ibérica han destacado la presencia de trigo desnudo y cebada vestida (Buxó, 1997; Peña, 2000; Pérez Jordá, 2013), patrón también constatado en Cabezo Pardo (Pérez Jordá, 2014: 304-306) (Fig. 9), Caramoro I y Laderas del Castillo. En el cercano asentamiento argárico de la Illeta dels Banyets también fue registrada la presencia de cebada vestida, de la variedad tetrastichum, además de trigo desnudo (Pérez Jordá, 2013: 173). Por otro lado, los estudios isotópicos efectuados sobre semillas de trigo en yacimientos próximos como Terlinques (Mora et al., 2016) han señalado el uso del agua para su crecimiento, explicable por la presencia de espacios endorreicos en sus alrededores. Estas mismas características se repetirían en Cabezo Pardo, Caramoro I y, probablemente, Laderas del Castillo.
FIGURA 8
Capazo de estiba de esparto carbonizado que contenía trigo documentado en el asentamiento de Terlinques (Villena, Alicante)
Fuente: elaboración propia.
Junto a las evidencias de cereales, también se constata el consumo, aunque en mucho menor número, de leguminosas como habas (Vicia faba) y guisantes (Pisum sativum), acompañadas de vezas (Vicia sativa) y lentejas (Lens culinaris). Así, en Caramoro I están presentes las habas, además de las lentejas, mientras que en Cabezo Pardo (Pérez Jordá, 2014: 304-305) destaca la presencia de habas y guisantes. Todo indica que en los entornos de los yacimientos se habrían configurado espacios de huerta cercanos a cursos de agua.
Por su parte, la recolección de recursos silvestres también sería un importante complemento de la dieta. En el ámbito argárico advertimos la constatación de bellotas, aceitunas y uvas silvestres, aunque también de otros frutos como los del lentisco, madroño, plantas como lino silvestre, adormidera, además de otras para usos culinarios y medicinales (Peña, 2000; Pérez Jordá, 2013). No hay constancia de la explotación de higos, ni de moras, sí constatados en el área murciana y almeriense (Pérez Jordá, 2013: 181-183). En este sentido, tan solo en Caramoro I hay presencia de acebuchinas y de otros frutos no identificados, mientras que en Laderas del Castillo fueron documentadas bellotas (López Padilla et al., 2017, 2018).
FIGURA 9
Semillas carbonizadas documentadas en Cabezo Pardo.
1. Hordeum vugare ssp. vulgare; 2. Triticum aestivum-durum; 3. Vicia faba; 4. Pisum sativum.
Fuente: Pérez Jordà (2014: 303, fig. 1).
Todos los datos expuestos parecen indicar que los cereales fueron la base esencial de la dieta (Jover Maestre, 1999; Knipper et al., 2020). Se trataría de una agricultura cerealista, en régimen de secano, con el uso del arado tirado por bovinos, complementada por leguminosas procedentes de pequeñas huertas, además de las especies silvestres existentes en cada zona.
Junto a las especies vegetales señaladas, también se constatan especies animales domesticadas (cabra, oveja, cerdo, vaca y perro) y otras salvajes (ciervo, corzo, jabalí, lince, castor, conejo, liebre, perdices, fochas, etc.) y con cierta controversia el caballo (Liesau, 2005), de las que se efectuaría un aprovechamiento pleno. Además de carne, leche y lana de oveja, también serían aprovechadas las pieles, tendones, tripas, cornamentas y plumas, así como determinados huesos en la elaboración de vestimentas, cordajes e instrumentos. Tampoco podemos olvidar la importancia del estiércol en el abono de los campos de cultivo, como combustible para hogares, en la protección contra insectos y como estabilizante en los morteros de tierra para la construcción (Pastor Quiles, 2017).
Los estudios arqueozoológicos muestran una composición de la cabaña ganadera muy similar, encabezada por cabras y ovejas, seguida de cerdos, vacas, perros y caballos. Sin embargo, en atención al peso de los restos óseos –parámetro representativo de la cantidad de carne proporcionada por cada taxón–, el orden de importancia varía ligeramente y coloca al vacuno en primer lugar (Rizo, 2009; Benito, 2014). La cuestión del aprovechamiento de bueyes y caballos en trabajos de acarreo, transporte y, tal vez, de laboreo del campo mediante el empleo de arados, continúa abierta, aunque diversas patologías óseas y los patrones de sacrificio apuntan hacia su empleo en estos menesteres (Andúgar, 2016).
A las especies domésticas se añade un largo listado de especies salvajes cazadas, cuya composición viene determinada por las características del MN en el que se ubicó cada asentamiento. Entre ellas cabe destacar el ciervo y, sobre todo, el conejo, seguidos a distancia por cabra montesa, corzo, liebre, lince, lobo, castor, aves y reptiles (Benito, 2014). Asimismo, no podemos olvidar los recursos acuáticos. Los estudios efectuados en Caramoro I y Cabezo Pardo señalan el consumo de dorada, sin olvidar otras especies como anguila, lisa, mero blanco, breca, galupe, pardete o barbo, presentes en el segundo (Roselló & Morales, 2014). También habría que considerar el aprovechamiento bromatológico de diversos moluscos marinos en los asentamientos próximos a la costa, ya que en los alejados más de 20 km, el destino de los caparazones fue el de servir como adornos, al haber sido recolectados post-mortem en el litoral (Luján, 2014).
Por último, en el caso concreto de los yacimientos aquí analizados, no tenemos todavía constancia del consumo de sal, bebidas alcohólicas, miel o cera de abeja, productos estos últimos para los que sí se cuenta con indicios en otros asentamientos argáricos (Molina Muñoz & Rosell-Melé, 2017: 53-63).
5.3. Vestimenta e indumentaria
El lino constituiría la planta con la que, en esencia, serían elaboradas buena parte de las prendas. Su conservación en los registros arqueológicos es realmente difícil y solamente en contextos con condiciones muy especiales se ha podido conservar. Sin embargo, su presencia, en forma de semillas, de tallos o como tejidos ya elaborados está constatada en numerosos yacimientos argáricos (Jover Maestre & López Padilla, 2013). De algunas tumbas de Tabayá, San Antón y Laderas del Castillo proceden tejidos de lino, habitualmente como fundas de instrumentos metálicos (Fig. 10).
FIGURA 10
Cuchillo documentado en las antiguas excavaciones llevadas a cabo por J. Furgús en San Antón
Nota: las diversas fotografías detallan la funda de lino que envolvía el cuchillo.
Fuente: elaboración propia de los autores.
A pesar de la dificultad de su conservación, todo parece indicar que su cultivo estuvo bastante extendido. La especie constatada en la península Ibérica es alóctona (Linum usitatissimum) y se caracteriza por necesitar del trabajo humano para su reproducción, puesto que requiere de la extracción de sus semillas y su plantación. El hecho de que para su cultivo se requieran suelos de mediana fertilidad, tanto en zonas ricas en humus y arenosas, bien drenadas, como en zonas relativamente húmedas o áridas con riego (Alfaro, 1984), posibilita que haya sido cultivada en los entornos de los yacimientos en estudio, más aun si tenemos en cuenta que en todos han sido documentados instrumentos para la producción de tejidos.
Más difícil es la conservación de la lana. La cría mayoritaria de ovicaprinos y la constatación de una proporción equiparable entre cabras y ovejas en todos los yacimientos en estudio permiten considerar que una parte del rebaño estaría destinado a su obtención. Las prendas de lana o lino podían combinarse con pieles o con otras fibras vegetales de tipo esparto o juncáceas en forma de perneras u otros complementos, como ha quedado constatado en la tumba 121 de Castellón Alto (Molina González et al., 2003).
FIGURA 11
Materiales ebúrneos y metálicos documentados en Caramoro I
A. Conjunto de brazaletes, colgantes y un botón de marfil; B. Cincel, punzones y punta de flecha de cobre.
Fuente: elaboración propia.
Ahora bien, junto a las prendas de vestir, en el ámbito argárico destacan los adornos. En este sentido fueron elaborados adornos a modo de collares, colgantes, brazaletes o tobilleras. En todos los yacimientos han sido documentados objetos de hueso, nácar y piedra de fácil obtención del MN o MT. Sin embargo, destaca la presencia de botones, brazaletes, pomos y colgantes de marfil de elefante en Caramoro I (Fig. 11A), Tabayá, San Antón, Laderas del Castillo e Illeta dels Banyets, tanto procedentes de contextos domésticos como funerarios (López Padilla, 2011). Aunque en el mediodía peninsular se constata un descenso relativo del consumo de marfil con respecto al Calcolítico (Schuhmacher, 2012), su presencia generalizada evidencia que nunca dejó de emplearse para el ornato o para atribuir valor social a objetos de uso personal, como, por ejemplo, peines (López Padilla, 2011). No obstante, sólo en ciertos enclaves como Tabayá o la Illeta dels Banyets se documentan porciones de marfil en bruto o desechos de producción, lo que probablemente indica una neta separación entre unos pocos centros productores y distribuidores y el resto de los enclaves, meros receptores de productos acabados, como parece ocurrir en Caramoro I, o a lo sumo de preformas ya semielaboradas.
Sin embargo, lo más reseñable es la presencia de adornos de oro, plata y cobre/bronce, cuyo reparto entre asentamientos es bastante desigual. De ajuares funerarios procede la documentación en San Antón de anillos, espirales y conos perforados de oro, además de espirales y brazaletes de plata y cobre (Jover Maestre & López Padilla, 1997; Simón, 1998: 27-29). En menor proporción, de Laderas del Castillo destaca la presencia de anillos, brazaletes y espirales de plata (Ibíd.: 30-42), al igual que en Tabayá, aros, anillos y una diadema de plata, además de brazaletes y anillos de cobre (Ibíd.: 61-73). Por el contrario, en los yacimientos de menor tamaño como Cabezo Pardo solamente se documentaron tres aros (Soriano, 2014: 219-224), mientras en Pic de les Moreres, Puntal de Búho o Caramoro I no hay evidencias de adornos metálicos.
5.4. Instrumentos de trabajo
Entre el repertorio documentado en los ámbitos domésticos destacan los instrumentos de trabajo y los desechos asociados. Los diferentes complejos artefactuales determinados muestran el empleo de todo tipo de materias primas: hueso y asta, conchas, maderas, rocas, arcillas y metales como el cobre o bronce.
Una parte importante del instrumental estaría elaborado en hueso de especies domésticas y asta de ciervo (Fig. 12). Los datos apuntan a una mejora en la productividad con respecto al Calcolítico, que se ve reflejada en una mayor diversidad artefactual y en cambios en la estrategia productiva. En el caso de los punzones, ésta se tradujo en una reorientación hacia la elaboración de instrumentos con una vida útil más prolongada, abandonando los metapodios como soporte óseo en beneficio de las tibias de ovicaprinos. Otra mejora es el progresivo incremento del empleo de asta de ciervo para la elaboración de herramientas. Las astas pueden recolectarse y almacenarse durante bastante tiempo, pues poseen una mayor resistencia y durabilidad que las de hueso (López Padilla, 2011).
FIGURA 12
Representación porcentual del origen esquelético de la materia prima empleada en la elaboración de los artefactos óseos de Cabezo Pardo
Fuente: elaboración propia.
Uno de los complejos artefactuales más destacados es el elaborado sobre rocas (sílex, areniscas, calizas, conglomerados, microconglomerados, cuarcitas, yesos, diabasas, rocas metamórficas, etc.). Los estudios efectuados en Cabezo Pardo (Jover Maestre, 2014), Caramoro I (Fig. 13A), Tabayá y Laderas del Castillo (Jover Maestre, 2009), muestran que en su mayor parte (molinos, morteros, percutores, bruñidores, afiladeras, dientes de hoz, etc.) serían elaborados sobre rocas obtenidas mediante laboreos superficiales a escasa distancia de los asentamientos. No obstante, algunos objetos como placas pulidas sobre pizarras o esquistos (rocas existentes en los Cabezos de San Isidro y sierras de Callosa y Orihuela) están presentes en asentamientos alejados más de veinte kilómetros. Lo mismo ocurre con hachas, azuelas, mazos o yunques, elaborados sobre diabasas/metabasitas, cuyos asomos están mucho más localizados. Para asentamientos como Cabezo Pardo o Laderas estas rocas podrían ser obtenidas de forma directa, pero no para Caramoro I (Fig. 13B) o Tabayá, alejados del afloramiento del Cabezo Negro en 18 y 22 kilómetros, respectivamente, y a algo más de treinta kilómetros de los afloramientos de la sierra de Orihuela. Por tanto, este tipo de rocas duras sería más asequible obtenerlas a través del MS, más aun teniendo en cuenta la implantación de asentamientos argáricos en las proximidades de los asomos.
En el caso de la vajilla cerámica, las analíticas efectuadas mediante lámina delgada y difracción de rayos X de diversos conjuntos de Caramoro I, Laderas del Castillo y también en otros asentamientos cercanos como Pic de les Moreres, muestran el empleo de arcillas y desgrasantes locales, atestiguado además por la presencia de microfósiles de las etapas geológicas presentes en sus alrededores (Seva, 2002: 130). Solamente unos pocos recipientes de Caramoro I con desgrasantes micáceos y cuarzo metamórfico permitirían considerar que su procedencia o fabricación fue realizada en otros asentamientos de las tierras del sur de Alicante o, incluso, en tierras más meridionales (Ibíd.: 148-150).
En otros trabajos como el hilado y la tejeduría serían empleados instrumentos de madera, como husos y telares verticales, e instrumentos de barro, como fusayolas y pesas de telar, elaborados con materiales del MN o MT. La presencia de pesas de telar en los cuatro yacimientos estudiados pone de manifiesto que la tejeduría sería una actividad extendida entre los grupos domésticos campesinos a lo largo del tiempo.
Solamente queda referirse al instrumental metálico, básicamente de cobre o cobre arsenicado (Simón, 1998). Punzones, cinceles/escoplos y puntas de flecha, además de cuchillos constituyen la base instrumental a la que parecen tener acceso todos los asentamientos (véase Fig. 11B). A estos cabe sumar, en principio, las sierras (Laderas del Castillo, Illeta dels Banyets) y hachas planas (Laderas del Castillo, Illeta dels Banyets, San Antón, Tabayá), aunque su distribución parece indicar su prioritaria presencia en los asentamientos de mayor tamaño. Por su parte, los puñales –en algunos casos con pomos de marfil–, alabardas o estoques-espadas, pero también algunas hachas planas grandes, se documentan exclusivamente en ajuares funerarios de los asentamientos de mayor tamaño (San Antón, Laderas, Tabayá, Illeta), y están totalmente ausentes en los de menor rango. Por tanto, el tamaño de los asentamientos es un aspecto que tener en cuenta a la hora de analizar el acceso a determinados instrumentos de trabajo y armas, además de adornos metálicos (López Padilla & Jover Maestre, 2014). Este dato coincide con el hecho de que en los asentamientos mayores, San Antón y Laderas y, con ciertas reservas, en Tabayá e Illeta dels Banyets (Simón, 1998: 219-220) es donde ha sido registrada la presencia de moldes de fundición, escorias, adherencias y crisoles, lo que permite inferir que las actividades de producción metalúrgica serían realizadas en los asentamientos de mayor rango y posición privilegiada sobre el territorio.
5.5. La materialidad de las creencias, socialización o actividades lúdicas
Por último, cabe señalar que son muy pocos los objetos que se puedan relacionar con este tipo de actividades (López Padilla et al., 2017; 2018). Entre otros destacan las microvasijas asociadas a juegos y a los procesos de aprendizaje en la infancia, como las documentadas en Peñalosa (Alarcón et al., 2008: 279; Fig. 7), Laderas del Castillo o San Antón. Pero también de fichas de piedra y cerámica recortadas, bolitas de piedra, cerámica o de barro endurecido, ya documentadas por los hermanos Siret en el asentamiento de El Argar (Siret & Siret, 1890: lám. 24, núms. 77, 78) y también presentes en Laderas del Castillo o Caramoro I.
No obstante, quizás lo más representativo sean las figuras zoomorfas de arcilla que representan vacas o toros, constatadas en Laderas del Castillo (López Padilla et al., 2018, 2019), Caramoro I y en otros yacimientos argáricos, como El Argar (Siret & Siret, 1890: lám. xvii.1-3). Las arcillas empleadas en su elaboración también procederían del MN.
6. DISCUSIÓN
Ya desde los primeros trabajos efectuados sobre El Argar se advirtió, en directa relación con la recurrente documentación en los contextos arqueológicos excavados de instrumentales de molienda, armaduras de hoces, semillas de cereales carbonizados e ingentes restos óseos de mamíferos, que se trataba de comunidades humanas de carácter agrícola y ganadero (Siret & Siret, 1890; Lull, 1983). La agricultura y la cría de ganado constituyeron, al igual que en el resto de los territorios de la Europa occidental, los modos de trabajo con los que se sustentó la reproducción social (Guilaine, 1991; Earle & Kristiansen, 2010; Carpentier & Marcigny, 2012). De igual modo, desde finales de la década de 1980 hasta la actualidad se han multiplicado, con un alto grado de concreción, los estudios sobre el uso de la tierra y las áreas de captación (Gilman & Thornes, 1985; Ayala, 1991; Verhagen et al., 2007, entre otros) y sobre la determinación de la procedencia de materias primas y productos, en especial los centrados en el metal (Murillo, Montero & Aranda, 2015), la cerámica (Colomer, 1995), el instrumental lítico (Risch, 2002) o el marfil (Schuhmacher, 2012). Sin embargo, aunque los estudios efectuados también han servido para mostrar las implicaciones socioeconómicas que se derivan del análisis particular de cada uno de ellos, todavía carecemos de análisis holísticos que intenten explicar el funcionamiento global de la sociedad argárica. En este sentido, en este trabajo pretendemos mostrar, desde los principios teóricos de la racionalidad campesina (Toledo, 1981; 1993), una de las posibilidades de análisis holístico para El Argar, a partir de la información disponible para uno de sus territorios.
Las investigaciones arqueológicas efectuadas en diversos asentamientos argáricos, de distintos tamaños, ubicados en los tramos finales de los ríos Segura y Vinalopó, han evidenciado que buena parte de los recursos necesarios para su reproducción fueron obtenidos, o bien del medio natural más próximo, o bien del medio transformado por cada grupo humano a lo largo de varias generaciones, situado siempre en los alrededores de los asentamientos.
El estudio de los restos arquitectónicos ha mostrado una importante inversión de trabajo en aterrazamientos, muros de delimitación y refuerzos. En todos los casos fueron edificadas viviendas de tendencia rectangular con extremos absidales o rectilíneos, empleando mampuestos, tierra y entramados vegetales. Estas viviendas de carácter unicelular fueron construidas tanto de forma aislada como adosadas, empleando recursos disponibles en el MN y MT más próximo, para intentar minimizar la inversión energética y laboral. De hecho, la reutilización de elementos y desechos en el reacondicionamiento de viviendas o de nuevos espacios es bastante frecuente (Martínez Mira et al., 2014; Pastor Quiles et al., 2018).
Aunque los asentamientos estarían emplazados en lugares próximos a las tierras de cultivo, las características de los emplazamientos seleccionados, siempre en promontorios, en ladera o en cerros de difícil accesibilidad, permiten asegurar que la protección de la comunidad y de su producción (cosecha, ganado, etc.) sería un aspecto prioritario.
La documentación en el interior de estas estancias de una amplia gama de instrumentos y de desechos, asociados espacial y temporalmente, permiten reconocer actividades de producción, almacenamiento, consumo y desecho propios de la vida cotidiana de pequeños grupos humanos, cuyos modos de trabajo se corresponden con unidades, primordialmente, agrícolas, centradas en la producción de cereales. La recurrencia en el registro arqueológico de las mismas especies de cereales (trigo desnudo y cebada vestida, pero también de leguminosas en menor proporción), de una pequeña cabaña ganadera diversificada, de la que se hace un aprovechamiento exhaustivo de su carne, residuos y productos derivados (Andúgar & Saña, 2004: Benito, 2014), unido a un aprovechamiento intensivo de todos los recursos silvestres vegetales y animales existentes en su entorno natural inmediato, evidencia que los periodos improductivos de la agricultura extensiva cerealista permitirían, como complemento, el desarrollo de prácticas de horticultura, cría de ganado, caza, pesca, recolección, además de distintas artesanías (Jover Maestre, 1999).
Al mismo tiempo, la información disponible también apunta a que el calzado y la vestimenta elaborados con lana, lino, esparto u otras fibras vegetales serían manufacturados en el seno de cada uno de los grupos domésticos, o, como mucho, del asentamiento en el que vivirían en comunidad. De todos modos, no debemos descartar el posible intercambio de tejidos ya manufacturados, así como su posible función como elemento de obsequio o, incluso, tributo. Su mayor valor de producción, debido al tiempo de trabajo necesario para producirlos, sumado a su facilidad a la hora de ser transportados, los sitúa entre los productos claves para suplir ese tipo de menesteres.
De igual modo, los instrumentos de trabajo serían obtenidos o elaborados, en su mayor parte, con recursos existentes en el MN y MT. Instrumentos de molienda, percutores, afiladeras, armaduras de hoces y otros serían fácilmente elaborados con rocas de procedencia local, al igual que el instrumental de madera o sobre fibras vegetales, del que poco se conserva (Jover Maestre & López Padilla, 2013). De las especies herbívoras consumidas también se aprovecharían algunos huesos para el instrumental óseo (López Padilla, 2011), aspecto también documentado en otras zonas más meridionales (Altamirano, 2013). Las vasijas cerámicas también parecen haber sido elaboradas en cada asentamiento con arcillas locales o, a lo sumo, de fuentes situadas a escasa distancia (Seva, 2002). Se constata, en este sentido, un intento de producir por sí mismos el instrumental y autoabastecerse de las materias primas necesarias existentes en el entorno más próximo.
FIGURA 13
Instrumental lítico documentado en Caramoro I
A. Instrumentos de molienda; B. Instrumentos pulidos con filo (arriba) o con cara plana (abajo) elaborados sobre rocas ígneas.
Fuente: elaboración propia.
FIGURA 14
Espiral de oro de San Antón
Fuente: archivo gráfico del Museo Arqueológico Provincial de Alicante.
No obstante, una parte del instrumental necesario, el de mayor relevancia por su mayor valor de producción, solamente podría ser obtenido a través del MS. Nos estamos refiriendo, por un lado, a determinadas rocas, como las ígneas y algunas otras de procedencia más lejana, como las metamórficas. Pero también de todo el conjunto artefactual metálico de cobre (punzones, cinceles, cuchillos, puñales, hachas, sierras, etc.), cuya producción parece estar localizada en los asentamientos de mayor tamaño. En este sentido, a pesar de que en el yacimiento del Cerro de la Mina han sido hallados posibles picos para labores extractivas y uno de los objetos metálicos analizados parece haber sido elaborado con cobre local, los primeros estudios de isótopos de plomo indican que buena parte de ellos no fueron elaborados con cobre extraído de la sierra de Orihuela (Brandherm et al., 2014: 124-125). Si así fuese, el metal vendría de otros lugares peninsulares, como podría ser la zona de Linares-La Carolina (Jaén) (Alboledas, Contreras & Moreno, 2014), bien por vía terrestre, bien por la vía marítima. Incluso para las primeras aleaciones de cobre con estaño se empieza a contemplar el intercambio con otros lugares peninsulares o europeos, de los que procederían (Montero, Murillo & Hook, 2019).
No debemos olvidar que, dadas las características fisiográficas del área en estudio, los medios de navegación facilitarían una rápida distribución de los productos y materias primas no sólo del metal, sino de otros bienes, entre los que debemos citar el marfil (Fig. 13). No es anecdótico, por tanto, que una de las pocas áreas de producción de objetos de marfil haya sido documentada en el asentamiento costero de la Illeta dels Banyets y que, precisamente, éste sea uno de los asentamientos con un mayor número de objetos de marfil amortizados en tumbas, tanto en forma de botones como en empuñaduras (López Padilla, 2011).
Además, el hecho de que, generación tras generación, solamente unos pocos individuos adultos e infantiles, residentes en los principales asentamientos, tuviesen acceso a los adornos de oro (Fig. 14) y plata, y que, de ellos, sólo unos pocos hombres tuvieran la capacidad de ser enterrados con armas singulares (alabardas, puñales con enmangues de marfil, etc.), parece evidenciar que una parte del plustrabajo y plusproducto de los grupos campesinos ya habría sido controlado por los grupos dominantes a través de los procesos de distribución e intercambio económico.
Y es que, si bien la racionalidad campesina impondría como estrategia tratar en todo momento de limitar y reducir la dependencia de productos y materias primas procedentes del MS, la capacidad de cada grupo campesino de producir en las mismas condiciones y, en especial, de reproducirse biológica y socialmente necesariamente estarían ligadas al MS. No es baladí que sean precisamente los instrumentos de trabajo con mayor valor de producción (algunos pétreos y metálicos), que intervienen en las principales actividades productivas y reproductivas de aquellos grupos campesinos, los que serían obligatoriamente obtenidos en el MS. Sólo así conseguirían la reproducción integral del grupo mediante la autosubsistencia (Meillassoux, 1993), aplicando una estrategia económica multiuso (Toledo et al., 1976; Toledo, 1993), bajo los principios de la racionalidad campesina, aunque aceptando la extracción de excedentes por parte de una serie de grupos dominantes emergentes. Estos grupos dominantes basarían su situación de dominio sociopolítico en el control de la producción y distribución de los bienes necesarios para la reproducción de los grupos campesinos y socialmente se distinguirían en actos de representación no solamente por sus indumentarias con adornos de oro, plata y cobre-bronce, sino también por la posibilidad objetiva de portar y usar armas, por el gasto económico recurrentemente invertido en ajuares funerarios (Lull & Estévez Escalera, 1986; Gilman, 1997: 87; Lull et al., 2011, entre otros) y la capacidad de enterrar a sus infantes con ajuares (Lull et al., 2004).
7. CONCLUSIONES
La información disponible acerca del territorio en estudio es un magnífico ejemplo del modo de vida y la racionalidad de la economía campesina en una sociedad concreta, como la argárica, en donde los grupos campesinos serían propietarios de los principales medios de trabajo –en especial, la tierra y el ganado–, e intentarían cubrir por sí mismos todas sus necesidades de vivienda, protección, vestimenta, alimentación e instrumentos de trabajo, regidos por el valor de uso y la sostenibilidad ecológica y económica. Probablemente, parte de sus necesidades también serían cubiertas a través de procesos de reciprocidad, afectividad y parentesco con otras comunidades de su esfera social más próxima. En este sentido, la sostenibilidad de las unidades productivas de menor tamaño sería muy inestable, por su incapacidad de reproducción biológica sin aportación e intercambio constante de miembros con otras comunidades, además de su precariedad estrictamente económica, al intentar sostenerse con una limitada participación –la mínima posible– en el MS. Así es como se puede explicar que asentamientos campesinos de muy pequeño tamaño, como Caramoro I, solamente fuesen ocupados durante 200 años (Jover Maestre et al., 2019), frente a los 500 años de otros de rango medio, o los más de 700 años de los asentamientos de gran tamaño, como Tabayá o Laderas del Castillo.
Sin embargo, el interés de determinados linajes o grupos dominantes por mantener su situación de privilegio los llevaría a dirigir políticamente no sólo las transferencias de personas –aspecto de enorme importancia en las sociedades campesinas (Meillassoux, 1993)–, sino también de bienes, en especial, los de mayor valor de producción por su procedencia alóctona e inversión de energía en su fabricación y transporte. Teniendo en cuenta los datos expuestos, en concreto el hecho de que la mayor parte de las materias primas y productos documentados en los distintos asentamientos procedan del MN y del MT cercano, serían dos los mecanismos que los grupos dominantes desarrollarían a lo largo de los 700 años de duración de El Argar. En primer lugar, la necesidad de nuclearizar en los asentamientos de mayor relevancia territorial a la mayor cantidad del campesinado, con la intención de extraerles una mayor cantidad de excedentes. Por otra parte, de conseguir un mayor grado de dependencia de los grupos campesinos ampliamente distribuidos en el espacio social, a través del control de la producción y distribución de instrumentos de trabajo y elementos suntuarios de mayor valor, básicos en la producción y reproducción social.
En estos factores reside la verdadera dimensión y desarrollo socioeconómico de El Argar, frente a otras sociedades coetáneas del ámbito peninsular: la capacidad que tuvieron los linajes dominantes de concentrar en algunos núcleos a una importante masa poblacional de base agropecuaria, así como de crear nuevas necesidades materiales al conjunto de la sociedad a lo largo de su proceso histórico.
AGRADECIMIENTOS
Agradecemos a Lourdes Ándugar Martínez, Mónica Ruiz Alonso y Sergio Martinez Monleón el proporcionarnos información sobre el estudio de algunas de las evidencias materiales registradas en Caramoro I, actualmente en proceso de publicación. También a Sergio Martínez Monleón y al MARQ por la cesión de las figuras 3 y 14, respectivamente. Damos las gracias también a los revisores de la revista Historia Agraria, cuyas contribuciones han enriquecido y mejorado el texto.
El presente trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación «Espacios sociales y espacios de frontera durante el Calcolítico y la Edad del Bronce en el Levante de la península ibérica» (HAR2016-76586-P), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España.
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